miércoles, 11 de noviembre de 2020

Es Época de Olivas

Recogiendo Oliva:


Entre finales de septiembre y principios de octubre se recoge la oliva;  la oliva de mesa, no la de aceite. Éstas últimas se recogen ya maduras por el mes de enero.

Las olivas de mesa o “de comer” son las que se recogen verdes o en ligero envero, pues al igual que me ha pasado a mí, dependiendo del sol que le dé, éstas enveran (maduran) antes o después y es que aunque mi pobre olivo esté contra la pared, tiene una copa bien alta en la que han proliferado multitud de olivas.

Y nada, me puse manos a la obra, por doble razón; porque ya estaban en su punto y porque la tormenta había tumbado parcialmente mi olivo y quería aliviarle algo de peso antes de volverlo a enderezar (muy optimista fui en el peso que creía iba a tener la recogida).

Y al lío… primero…. ¿vareo?, no lo vi yo muy claro, así que a mano. ¡Menuda paliza! Iba con una palangana una a una y fue ahí cuando me vino a la memoria esos momentos en el pueblo. Esta vez no era mi padre quien tenía el papel principal en mi memoria, sino que era mi abuelo.

No fueron muchas veces las que nos acercamos al pueblo a recoger oliva, era yo pequeño, pero son de esos recuerdos felices que no se te van. Eran los olivos de mi abuelo Julio (y seguirán siendo) bajitos, de base bien ancha y muy poblados.

Se recogían a mano y básicamente se ordeñaban. Yo que era pequeño me hacía daño, pero mi padre no y mi abuelo con una palma de la mano que podía lijar fácilmente la madera aún menos. 

Tenía su cara una tez rugosa, muy áspera y unas manos que mejor no te diera una “guantá”. Estaba esa piel curtida por el sol de verano y viento de invierno, al fin y al cabo, de toda una vida laborando en el campo.

Con esas manos agarraba la rama por su base, cerraba la palma y avanzaba por ella mientras caían todas las olivas (y hojas también). ¿Y dónde caían? Obviamente en un palangana no. Tenía un invento; una cesta de la fruta, la cual con una soga de lado a lado permitía colgártela  pegada al cuerpo, de tal manera que simplemente dejaba que cayeran las olivas a la caja.

Mi padre que era más alto se encargaba de la copa, aunque en ocasiones se tenía que subir a la base del árbol para llegar arriba.

¿Y mi función?, pues recoger las que caían al suelo… me daban (no me acuerdo bien) 25 o 50 pesetas por cada cubo que llenaba. Era uno pequeño, de esos que en algunos sitios aun dan con cada cartón de huevos. Ahora caigo que era una ruina para mi abuelo, sobre todo ahora que sé a cuanto se paga el kilo de aceituna… inocencia la mía la de aquella época J.

En mi memoria ha quedado estampado el frío que hacía, incluso nevaba a veces ligeramente. También la humedad y la niebla, y ese olor a tierra húmeda que me encanta (a bacterias como digo yo, ya haré una entrada sobre ello).

Creo que me perdura hasta el día de hoy. Ese recuerdo me dio ilusión para plantar mi olivo en mi peque-cacho de tierra que tengo en el patio y me sigue viniendo a la mente en épocas como la de ahora, ese viento fresco que acaricia la piel, que con 12 grados que estamos yo me siento ¡la mar de bien!

Así que nada, este rollo que he contado se me pasó mientras pensaba en cómo recoger las olivas. Me preparé mi caja con la soga y a recogerlas. 
Al final salieron (no sé si muchas o pocas) unos 2.4 kg de verdes y 1,6 kg de maduras. ¡Más pensaba que iban a salir!, pero súper contento para no tener apenas cuidados.


También aprovechamos a recoger 3 mini- zanahorias que salieron y unas pocas pipas (todos caprichos que a mi peque Giulia se le antojó plantar).


Y  bueno, ahora queda endulzarlas y aderezarlas. Y es que aquí también me viene a la memoria mis dos abuelas.

Algún año en casa de mis padres (siendo pequeño) aliñamos aceitunas… estaban en un barreño en el salón y tenía a parte de las aceitunas cubiertas de agua en salazón, corteza de naranja, laurel, ajo y más “cosas”. Según pasaba el tiempo se hacía una capa por encima que me parecía asquerosa.

Todo esto cuando podía entrar al salón, pues éste era un lugar oscuro y lúgubre. Algo parecido al “santuario” de la casa. Luego de mayor cambió mi sensación de él, incluso me trae muy buenos recuerdos.

Volviendo al aliño, resulta que mi abuela Manuela las hacía rajadas-machacadas y usaba un aderezo distinto. Mi abuela Mercedes mataba con Sosa Caustica la acidez y luego el aderezo con tomillo, ajo, laurel, corteza de naranja y por supuesto, la salmuera.




Me he decidido por hacerlas rajadas, las estoy lavando todos los días (sin echar sosa), y luego veremos el aderezo. Las tengo separadas, por un lado las maduras, por otro las verdes.

A las verdes les echaré hinojo, tomillo, ajo, laurel y naranja (a parte de la salazón)

A las maduras algo similar pero le añadiré pimiento rojo, que le dan muy buen gusto.

¿Se podrán comer al final? De momento huelen muy bien y eso que sólo las estoy lavando.


martes, 20 de octubre de 2020

DOS

 ¿Qué supone más?:

¿Dos minutos?, ¿dos horas?, ¿dos días?, ¿dos meses? O ¿dos años? La respuesta es sencilla, pero en mi mente no lo parece tanto y todo depende de lo que pase en ese espacio de tiempo.

Un suceso o momento feliz es algo que parece durar un suspiro, mientras que algo tan rutinario como el trabajo puede hacer que las 8 horas de jornada parezcan interminables y sin embargo, un fin de semana se pase tan rápido que parezca una estrella fugaz.

Así pues 2 años me están pareciendo una eternidad y al mismo tiempo, que estuvieran a la vuelta de la esquina.

Hace dos años que ya no estás y se me hace eterno, lejano, y en realidad no hace nada. Dos años que como he escrito alguna vez has estado más presente en mí que incluso estando vivo, es curioso, ¿no? Dos años en los que me pareciera empezar a conocerte más que nunca, pero al mismo tiempo, dos años en los que todo lo que empiezo a conocer de ti hacen que de la misma manera no te pueda preguntar.

Dos años en los que Paula pareciera haber crecido 4, aunque créeme, te pondría de los nervios, porque tiene una ¡mala leche! Increíble.

Dos años en los que creo estoy creciendo a nivel personal y en los que me apena ¡tanto! que no lo hayas podido ver. Que te fueras cuando peor estaba. Que no pudiera hacer nada para remediarlo. 

No son pocas las veces que pienso con qué sensación te irías al verme así.

También han sido dos años fugaces, en los que he aprendido como la vida de repente te da una torta de la que te medio recuperas (como me ha pasado) o en la que decide que se acabó tu tiempo.

Dos años en los que hago balance de lo que quería hacer y de lo que he conseguido, de cómo no he aprovechado el tiempo, o de cómo los días se me hacen cortos, quizás pensando en, ¿cuando la vida dejara de seguir latiendo en mí?, porque no vamos a estar indefinidamente aquí, de hecho, puede que estemos poco o mucho, no lo vamos a saber.

A veces me siento culpable de no aprovecharla, por todos los que no han tenido oportunidad de ello, incluso por gente que no conozco de nada.

Por otro lado he aprendido a no agobiarme con ello (a ratos), a disfrutar los pequeños momentos que tengo, el salir a pasear los tres, el ir a regar nuestros arbolillos, o hacer Puzzle con mi peque Giulia, o incluso irnos a tirar fotografías. A sumar momentos que no sé si se quedarán en su retina, pero en la mía sí.

27 me quedan para llegar a tu edad. Espero copar de buenos momentos cada año y si puede ser, centrarme y hacerme algo más de valer.

Espero ir al Pino a verte, estaría muy bien ir en esta época. Hace ese tiempo que me encanta, ese en el que se eriza el vello al pasar la brisa de aire por la piel, a ver cómo están los pinos que plantamos y a respirar algo de aire de esas peñas, que tras tu muerte sé que tanto te gustaba subir a ellas a respirar ( a saber lo que pensarías pero calma seguro que te daban).


Un beso muy grande, de esos que nos dábamos 3 veces al año.

jueves, 30 de enero de 2020

DE VEZ EN CUANDO SOMOS HUMANOS

Y entonces piensas que el tiempo lo suaviza todo, que este ritmo frenético de vida que llevamos no nos deja tiempo ni tan siquiera a tener presente aspectos de la vida que son, o deberían ser, ¡importantes!.

Que estamos tan sumidos en nuestro día a día, en nuestro trabajo, en cómo distribuir nuestro poco tiempo de ocio que tenemos, incluso de intentar dormir algunas horas antes de que el despertador vuelva a sonar y empiece un nuevo día, que creemos que nuestra mente se dispersa de recuerdos y momentos, pero ¡No!, no es así.

Nuestra mente es un almacén de capacidad con límites aun desconocidos, que cuando menos nos lo esperamos ¡¡BOOM!!, nos trae de nuevo recuerdos, que en este caso específico me ha alegrado que así sea.

Son las 23.00 horas, y aquí ando en el "Gazpacho del Director" cómo diría Paula, intentando poner orden (otra vez) al desastre que soy como persona. Y ordenando tiques de compra para contabilizar y de paso quitando papeles de por medio.... aparece una foto enmarcada de mi Padre, mi Madre, y Paula en el medio.

Una foto del febrero de 2018, del cumpleaños de mi tía Paloma, poco antes de que empezara la quimioterapia, incluso no sé si en el momento de esa foto se lo habían comunicado ya, pues fue ir a consulta y empezar a los pocos días en marzo.

Se les ve bien, felices. Es una imagen en la que nadie diría que estaba enfermo, que por dentro estaba fastidiado.

Y por un momento en mi mente se ha empezado a reproducir ese instante con total claridad y no en blanco y negro, ¡no!, sino a todo color y con una nitidez que nada envidia al 8K de las teles de ahora.

No cuestiono el por qué ya no está aquí, es un hecho, pero una lágrima recorre mi rostro, y aunque parezca extraño, ¡Me siento reconfortado!, reconfortado de saber que sigue ahí, que no soy un témpano de hielo y que aunque como he comentado al principio, llevamos una vida tan ajetreada que no nos deja ni pararnos un rato a pensar, siempre hay un detalle o pequeña circunstancia que hace que vuelva a mi cabeza.

Ahora ha sido con la foto y hace unos días con la radio. Estaba escuchando en una entrevista al Dr. Antonio Sitges-Serra en la cual me hizo reflexionar profundamente si valió la pena tanta lucha, tanto sufrimiento, para intentar (como el Dr. dice) "declarar la muerte a la muerte", llevando la vida a unos límites, que como poco, me hacen pensar si es necesario llegar a esos extremos aun sabiendo que ya no se puede hacer nada...

Pero quizás (seguramente) ese sería otro asunto, por lo polémico y dispar de opiniones, que este doctor trata en su libro "Si puede, no vaya al médico", el cual comparto algunas opiniones, pero ni mucho menos todas.

Os invito, si bien ya no leer el libro, al menos buscar alguna entrevista, como la que publicó para el País. Después de leerla, seguro, que os hace comeros el "coco" un poco.

Como siempre pediros disculpas, pues si hablando no tengo fin, tampoco escribiendo, y soy rápido, además. Ahora toca pasar esto al PC, pues hoy estoy con pluma en mano.

Besos y abrazos.

Juanma